“…en nosotros, según el orden natural, las potencias del alma se impiden mutuamente, es así que cuando la operación de una potencia es intensa, la operación de otra se debilita. Y de esto procede que el movimiento de la ira, aunque sea moderado según la razón, aun así impide el ojo del alma que contempla.
Pero en Cristo, por la moderación de la virtud divina, a cada potencia permitía obrar lo que le era propio, de manera que una potencia no impedía a otra. Y así, del mismo modo que el deleite de la mente contemplante no impedía la tristeza o el dolor de la parte inferior, así también a la inversa las pasiones de la parte inferior en nada impedían el acto de la razón…”. (Sto. Tomás de Aquino, S. Th. III, q 15, a 9, ra 3).
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