"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

lunes, 2 de mayo de 2011

HOMO DUPLEX IV



Últimamente se me ha hecho del todo evidente que el nominalismo de fines de siglo XIII y XIV, acompañado por sus consortes: el fideísmo, el voluntarismo, el teologismo, ha sido un sucedáneo del pecado original en la historia de Occidente. No digo simplemente para la filosofía o para la teología o para la religión o para el arte o para la ciencia o para la política o para la ética. No. Así como el pecado original hirió mortalmente al hombre en su naturaleza y en todos sus vínculos, del mismo modo parece haber operado el nominalismo. Pinckaers lo llama la primera explosión atómica de la era moderna (Las fuentes de la moral cristiana; p. 315).

Uno puede preguntarse cómo es posible que un pensamiento metafísico pueda descomponer a tal punto la cultura. Pensar ese ‘cómo’ es otra historia.

Sin embargo, pueden auscultarse los síntomas. De las parcialidades de las posturas filosóficas hijas del maridaje nominalista no vale la pena hablar (basta con recordar al racionalismo y al sensismo). Pero es importante hablar de las múltiples heridas ‘culturales’.

El pecado original dejó en la naturaleza humana cuatro heridas: ignorancia en la razón, malicia en la voluntad, debilidad y concupiscencia desordenada en la afectividad sensible; heridas que expresan la privación, no solamente de la gracia, sino también de virtudes que tejiesen una única tela con la naturaleza compuesta del hombre. Son heridas porque implican división. Del mismo modo, el nominalismo, como pecado original metafísico, causó divisiones a nivel de la razón separando las ciencias de la filosofía, a ésta de la teología, alejando los saberes teóricos de los prácticos; a nivel de la voluntad, separando la ética de la ascesis y de la mística; separando ética de derecho, amistad de justicia; a nivel afectivo sensible, expulsando fuera de la ética la belleza, el amor y el sufrimiento; temas que quedarán para la poesía, el arte o la música. Si uno quiere encontrarse con la sensibilidad puede buscar en los tratados científicos y la encontrará disecada, o en el arte, y la encontrará exaltada, o en la psicología y la encontrará enferma. Con esto no estoy desconociendo el valor del arte moderno o contemporáneo, ni el de las psicologías tampoco.

Otro modo de representarse esta gran crisis es al modo de una explosión de los trascendentales: el bonum no se identifica más con el pulchrum ni con el verum. Es posible ser ‘bueno’ simplemente por cumplir la ley sin importar la perfección; esto es lo que expulsa el gozo y el pulchrum de la conducta y de la conciencia moral. Lo “estético” (lo relativo a la sensiblidad y el placer) es discontinuo con lo ético (relativo al deber) y entre éstos y lo religioso (relativo a la fe) hay un abismo.

Lo más extraordinario es que esos desgarros llegan a la conciencia del hombre religioso moderno y contemporáneo, llegan al arte, a la poesía y a la vida misma. No es pensable Lutero, ni Kierkegaard; ni la mística moderna, ni los poetas malditos; ni el barroco, ni el arte moderno; ni Simone Weil, eso por mencionar sólo algunos.

Santo Tomás dice que el único hombre que soportó pacientemente el dolor y la tristeza sin aminorarlos por la contemplación ni por la influencia de sus virtudes y su amor, sino dejándolos ser en toda su dureza, fue Cristo. Y lo hizo con el fin de manifestar mejor su humanidad, pero también para satisfacer perfectamente con sus dolores. Y no es que el Aquinate sea el único en señalar esto, no. Ya estaba en una tradición. Ningún dolor puede ser comparable a Su dolor. Solamente pudo cumplir esta obra Cristo porque también es Dios. No es así como sucede en el hombre común. Si es virtuoso, otras virtudes aminoran el dolor y la tristeza, en particular el amor a un bien superior disminuye la tristeza por la ausencia de un bien inferior. Es decir, el gozo del bien hace más soportable el sufrimiento. Esto es natural, y la gracia supone la naturaleza.

Sin embargo, el hombre ético moderno quiere el deber sin placer, justicia sin amistad. Y el hombre religioso moderno quiere sufrir sin compensación, dice. Quiere sufrir sin dejarse influir por el deleite del amor, por la contemplación de la belleza, por el consuelo de la amistad. Quiere la cruz sin la contemplación, quiere la fe sin la caridad. Menudo problema.

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