"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

lunes, 18 de abril de 2011

HOMO DUPLEX (III)

 

  Cuando uno lee y medita lo que sostenía Aristóteles sobre la amistad, la felicidad y su conexión con la virtud, le da por pensar si realmente se trataba de un filósofo realista, si realmente Rafael no habrá distorsionado su imagen al pintarlo señalando la tierra. ¿No es más real el homo duplex que el homo simplex? Y también, ¿por qué si es el homo duplex lo más frecuente habría que esperar otra cosa? ¿Acaso los cristianos no nos reconocemos pecadores, y por tanto, lejos, en general, de la virtud perfecta?

    Lo mismo se plantea Castellani en el Prólogo a su traducción de la Suma Teológica preguntándose si la argumentación aristotélica no estará suspendida en el aire o en “cruel conflicto con la realidad”. (L. Castellani; “Prólogo”; Suma Teológica T. V Fin del Hombre; Club de Lectores, Buenos Aires, 1988; 13-17.)
Sin embargo, Castellani señala también que para el Estagirita, a pesar de los dolores de algunas vidas, a pesar de la bestialidad de otras, “…la felicidad tiene que ser el último fin del hombre; la contemplación tiene que ser la felicidad; la virtud tiene que ser el camino de la contemplación.” Es decir, que Aristóteles fue fiel a la verdad que su razón le mostraba aunque viese las dificultades que entrañaba su posición en una parte de la realidad. La Revelación, por un lado, y Tomás de Aquino, por otro, dieron la razón a Aristóteles. (Castaño, S. R.; Orden político y globalización; Ábaco, Buenos Aires, 2000; p. 84)

Castellani sostiene que el cristiano, con más razón que el mismo Aristóteles, sabe que:

Aquesta eterna fonte está escondida
Qué bien sé yo dó tiene su manida
Aunque es de noche.

En esta noche escura de mi vida
Muy bien sé yo dó está la fonte frida
Aunque es de noche…

Aquí se está llamando a las criaturas
Y desta agua se hartan, aunque a escuras
Porque es de noche.

Aquesta fonte viva que deseo
En este pan de vida yo la veo
Aunque es de noche.”   (L. Castellani; “Prólogo”; p. 10)

    Es decir que el cristiano sabe que lo que parece luminoso y obvio, como lo es la realidad del dolor y el pecado, es en realidad una noche. Solamente por la gracia y la caridad es posible participar de lo contemplable que es la luz misma, y por eso no lo vemos. Ya lo entrevió Platón en su alegoría de la caverna.

    Por otro lado, también el cristiano sabe que esa noche se confunde muchas veces con el mediodía. En el mediodía la luz del sol terreno es tal que sólo se ve lo inmediato, lo cercano; no se puede mirar ni el cielo ni el horizonte. Lo participable se oscurece y lo participado brilla y se crece.

    Así lo vió Claudel en su obra Partage de midi (Partición de mediodía) Partición que es división y dualidad; desgarro.

Et encore, et me voici à cette heure de midi où
L’on voit tellement ce qui est tous près
Que l’on ne voit plus rien d’autre. …
Ah, que le présent semble donc près et l’immediat a notre main sur nous
comme une chose qui a force de nécessité.” (P. Claudel; Partage de midi; Gallimard; Paris 1980; p. 53.)


"Y todavía, y heme aquí a esta hora del mediodía en que
uno ve de tal manera lo que está muy cerca
que uno ya no ve ninguna otra cosa…
Ah, cómo lo presente parece entonces próximo y lo inmediato a la mano sobre nosotros
como una cosa que tiene fuerza de necesidad”.

    El poeta francés lo expresó desde el pecado y la desgracia. El criollo, desde la gracia. En esta vida el mediodía es amar lo próximo como absoluto; la experiencia de la noche es amar lo absoluto.

sábado, 16 de abril de 2011

ACCENDE LUMEN SENSIBUS, INFUNDE AMOREM CORDIBUS (II)

Divinius est amor quam dilectio


"...el nombre amor, también en la misma voluntad, es más divino que el nombre dilección, porque el amor conlleva cierta pasión, ...; la dilección, empero, presupone el juicio de la razón. Sin embargo, es más lo que el hombre puede tender a Dios por amor, en cierto modo pasivamente atraído por el mismo Dios, que lo que a esto mismo su propia razón puede conducirlo, lo cual pertenece a la esencia de la dilección, según ya se dijo. Y a causa de esto, es más divino el amor que la dilección." (S. Tomás de Aquino; Summa theologiae I-II q 26, a 3, ra 4)

"... 'arrebatador' es ante todo lo bello. Pero 'arrebatado' está quien, sea sólo por un momento, haya perdido la tranquila seguridad de la autoposesión. Entonces se está 'movido' por otra cosa; se es un ser sufriente. Platón ha descrito una y otra vez este estado de la pérdida de la adaptación inmediata y del autodominio..."
"...el que ama sin desear (lo amado para sí) no 'hace' algo o 'pone algo en movimiento', él mismo es el movido por la vista del amado." (J. Pieper; Entusiasmo y delirio divino; trad. C. García; Rialp, Madrid, 1965; pp. 125-126)

"...La idea de la metanoia (conversión) contiene ... el pensamiento de que una tal reordenación de los sentidos no es realizable por un acto de la voluntad, sino que es, antes bien, otorgado al hombre como don divino." (J. Pieper; Entusiasmo y delirio divino; pp. 98)

"... la perfecta rectitud de la voluntad sólo puede ser causada por la caridad..." (Tomás de Aquino; De Virtutibus  q 4, a 3 ra 7)

    El orden que la razón y la voluntad pueden poner en la afectividad sensible supone el señorío de la voluntad racional sobre la parte sensible. Este señorío es la libertad por el cual la voluntad es dueña de sus actos a causa de la luz de la razón. Uno se asombra, entonces, de la afirmación de Pieper comentando Platón: que pueda haber algo de positivo en ser arrebatado y perder uno el autodominio; que pueda haber algo de bueno -y de óptimo-, en dejar de ser señor de uno mismo.

    Pero en el hombre, el orden de la afectividad sensible proviene de la razón rectificada por la virtud de la prudencia, pero ésta, a su vez, supone rectas intenciones virtuosas; es decir, que supone caridad. Pero la caridad es don divino por la cual es Dios el Señor y el Dueño. Por eso dice Tomás que la caridad está más en la voluntad -que ama-, que en el libre albedrío. Y no puede decirse que el Aquinate haya reservado esta realidad a algunos místicos.

    Para entenderlo mejor habría que decir que por la caridad el hombre abandona su libertad en Dios al dejarse conducir por Él, pero que, precisamente por eso, gana en señorío sobre sí mismo. Porque en realidad el señorío no puede más que referirse a lo que depende de nosotros. Por eso es que la verdadera conversión es don divino.

  
    Ahora bien, no puede entenderse esto tampoco si se concibe el bien moral desde una perspectiva meramente legalista y se pierde de vista que el bien es otro nombre de lo bello. El hombre arrebatado por lo bello querrá también hacer bellas obras y cultivar bellos afectos.