"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

jueves, 1 de diciembre de 2011

HOMO DUALIS

Sobre el matrimonio como misterio.



Albert Frank-Duquesne señala que la Escritura está plagada de metáforas, imágenes o símbolos matrimoniales y que es notable la poca atención que se le ha prestado a este hecho.











Es en una boda donde Cristo hace su primer milagro.



Además, las bodas aparecen como imagen de la unión de la naturaleza divina con la humana y como la de de Cristo y su Iglesia. También como la unión mística entre Dios y el alma.  Y se anuncian las bodas del Cordero para el fin de los tiempos.





Por otra parte, Frank-Duquesne sostiene que es el matrimonio el que reconstruye la unidad esencial del hombre. Postula que la "idea", el modelo de hombre que fue pensado por Dios, es el del hombre dual. No se trata del homo duplex; dualidad no es duplicidad o doblez.

Es importante señalar que no plantea al matrimonio, en tanto institución natural, como un remedio a la división del pecado, aunque esta función esté reservada al sacramento. El matrimonio está previsto por Dios al crear al hombre varón y mujer, es decir que es una institución original.

Hace un tiempo, unos alumnos preguntaron si el matrimonio, tal como lo platea el relato del Génesis, constituye un mandato. Evidentemente no puede ser mandamiento lo que no depende en su efectividad solamente de uno. Sin embargo, no hay duda que el lenguaje bíblico imperativo genera ciertas sospechas... sobre todo cuando, como decíamos, son tan numerosas las imágenes de bodas en la Biblia y en la mística.

Estas sospechas son las que se esclarecen en la obra de Duquesne, Création et procréation. Métaphisique, théologie et mystique du couple humain, ed. de Sombreval, http://www.Sombreval.com

Pero antes de ofrecer la traducción de algunos fragmentos significativos, queremos aclarar con nuestro autor, que no se considera aquí el matrimonio desde el punto de vista jurídico -sea de la ley positiva, sea de la natural-, ni tampoco entran aquí cuestiones pastorales o disciplinares, como la indisolubilidad o el divorcio. En todo caso, la mirada ontológica de Duquesne permite enlazar las anteriores perspectivas a sus razones más altas sin confundir planos.

 
CREACIÓN Y PROCREACIÓN
“[…] la vida humana es una vida de a dos, sin la cual el hombre «no es bueno» ni conforme a su modelo divino ni él mismo en consecuencia […] el varón sólo es él mismo gracias a la mujer y viceversa. No hay confusión ni identidad absoluta ni indiferencia que permita sustituir uno al otro; pero ninguno de los dos tiene valor permanente, significación plena en el plano de la objetividad concreta, si se los considera en soledad; porque ni uno ni otro por su cuenta es capaz de «crecer y multiplicarse», lo cual constituye lo propio del hombre según Dios, si le agregamos la «dominación de la tierra», del mundo sensible. Pues varón y mujer condicionan cada uno la existencia del otro, la orientan profundamente, le permiten realizarse o no, cumplir o no la bendición del Génesis, el ser, entonces, real o ilusoriamente.  […]”. (p. 29)
“Es la integral fusión vital de los esposos la que hace posible y manifiesta la monogamia. En cuanto a la prostituida, al contrario, ella ha tenido, dice Jesús a una de ellas, «cinco maridos» […] es decir, Ersatz de maridos, y su actual concubino no lo es tampoco, […] La expresión del Salvador es remarcablemente precisa: «Aquel que en este momento posees […] no es tuyo» […]. Ella lo posee, en efecto (Jn. 4, 18), como un objeto, inerte y «muerto», como una «cosa», como un cuerpo cortado de su alma y no como carne (Gen. 2, 24; 1 Cor. 6, 16); pero no es su cuerpo, sino un cuerpo: él no tiene con ella el íntimo y vital vínculo esencial, personificante, «fecundante, multiplicador, expansivo, plenificador» (Gen. 1, 28), el cual se expresa a través de toda la Biblia con la integración recíproca, con el esse ad, por la locución «frente a» (comparar Gn. 2, 18 y Jn. 1, 1). La fornicación disloca al homo, de hecho una pseudo-realidad, una mentira, cierta cosa evanescente, fluida, lábil y proteica, una secreción ontológica (cf. Ap.  12, 15-16, dónde el Dragón trata en vano de hacer resbalar a la Mujer y de arrastrarla, escupiendo en su dirección una gigantesca mucosidad, viscosa y resbaladiza). Al sustituir con la unidad puramente somática a la de la «carne», la impureza sexual falsifica los datos del hecho humano, atenta contra el fiat creador del hombre esencialmente «dual», y no «doble», menos todavía «innumerable» […], finalmente desmiente y desfigura nuestra naturaleza, lo que tenemos de conforme a Dios, el «reflejo» en nosotros de la Ousia-Sophia, la Sabiduría creatural. Ella procede entonces de esta anti-Sabiduría, de esta Locura que «nada sabe», que sólo sabe la «nada», el caos, la incoherencia, y la cual, en el capítulo IX del Libro de los Proverbios, «invita (a compartir su cama) a todos los que pasan» (es la cohabitación fortuita, ocasional) […]”. (p. 143)
“«Dad gloria a Dios en vuestros cuerpos». […] En la misma Epístola, en el cap. 14, el Apóstol nos advierte que nuestro Dios no es un dios de anarquía y confusión, sino de orden y de paz. Este orden que procura la paz, y que es entonces el principio de la séptima Bienaventuranza, es la exteriorización, fortiter et suaviter, de la Sabiduría. No es asombroso que, en el Antiguo Testamento, la Prostituta-tipo lleve el nombre de Rahab que significa Desorden, mas también, Revuelta, Orgullo e Incoherencia…”. (p. 144)
“[…] ¡Y en qué medida la castidad que Él recomienda y que deriva de toda la concepción bíblica del Matrimonio, es absolutamente extraña a esa continencia cuyo mismo nombre evoca la estrechez, la compresión, la esterilidad en todos los dominios y su naturaleza extrínsecamente «disciplinaria», su carácter puramente defensivo y negativo!” (p. 146)
“[…] el varón o la mujer, separadamente tomados, no constituyen el Hombre como tampoco  alguna de las Tres Personas constituye Ella sola el Dios perfecto en su tri-unidad- «es por eso que el hombre dejará a su padre y a su madre, y se adherirá […] a su mujer, y los dos» -originalmente una sola esencia, una sola «idea» en Dios (la imagen es dual, bi-unidad, pero la semejanza debe lograrse por el cumplimiento de esta unidad a partir de la pareja física)- «los dos llegarán a ser», poco a poco en este camino de encarnación, «una sola carne», una sola vida (Mc. 10, 6-8). Y Cristo, para insistir:
«Así, ellos no son dos carnes, sino una sola carne», una sola y única realidad psicosomática, una sola y única presencia viviente. Uno comprende la conclusión del Señor: «Que el hombre» -es decir, lo creado, lo efímero, y más exactamente todavía, lo que hay de irracional, de anti sapiencial, de caos, de no-ser en él- «que el hombre no divida lo que Dios ha unido» (Mc. 10:9). Recordemos el proverbio judío e inglés según el cual «todo verdadero matrimonio es hecho […] en el cielo». (p. 155)
[Después de la resurrección] “1º O bien cada cónyuge glorificado realiza personalmente el tipo adámico en su integridad […] en ese caso, nos encontraríamos con el «atomismo», con la pulverización de los elegidos, en la cual cada uno, como el ciudadano en la masa electoral, es, solo y por su propia cuenta, un elemento aislado del conjunto: no hay más ni marido, ni mujer, ni hijos, y el Sacramento del Matrimonio, imagen expresa de la unión «Cristo-Iglesia», pierde toda virtud después de la muerte… el Cuerpo místico deja de ser entonces, con la Parusía la «humanidad de añadidura» para el Verbo encarnado.
2º O bien […] los cónyuges habiendo llegado a ser tan bien «una sola carne» […] En este caso, la familia deviene en el cielo o mejor ella permanece allí ecclesiola in Ecclesia, […]”. (p. 157)
“Los esposos permanecen en el «cielo» tal cual ellos «han entrado»; esta invariabilidad, este no poder ser alterado de su ser, los vuelve semejantes a los Ángeles, concluye el Señor. Pero es unidos que se reencuentran en la vida celeste; si el Rico malvado está obsesionado, en el Más allá, por el recuerdo de sus cinco hermanos, ¿cómo los esposos que arribasen a la Beatitud podrían despreciar el amor conyugal, ese «gran misterio» según san Pablo? Nosotros, que somos malos, no rehusamos acá abajo, dice Cristo, nuestro amor imperfecto a nuestros hijos; pero cuando haya «llegado lo perfecto», cuando nuestro amor sea consumado en la unidad total, ¿nos habremos vuelto indiferentes a esos lazos familiares? […]”.       (p. 157)
“A la luz de lo que precede, uno puede preguntarse si la unión sexual, abstracción hecha del apaciguamiento, que ella -bajo su forma actual, después de la Caída- aporta a la concupiscencia […] uno puede preguntarse si esta unión no juega una doble función:
  1º El «crecimiento y la multiplicación» de la especie […] la explicitación indefinida de la naturaleza humana […]
  2º La reconstitución de hecho de la unidad original por la vía de la unión, de la koïnônia, de la vida compartida, de la «comunión» total entre esposos; constituye una actividad esencial, una necesidad fundamental; […] es el acto sexual, cualquiera, tomado en sí mismo, el que reconstruye la unidad de Adán. Pero […] Viciada por la caída, la unión sexual en cuanto tal no llega, fuera del Sacramento del Matrimonio auténtica y realmente vivido, plenamente realizado «en espíritu y en verdad», a otra cosa que a dividir de más en más al homo, a fraccionarlo indefinidamente, a desfigurarlo hasta en su ser profundo, a «desencializarlo […]” (p. 158-159)
Pero, si el estupro «borronea» la imagen del hombre, y lo deja librado a la promiscuidad, forma carnal del caos, el matrimonio (en el sentido cristiano, sacramental) santifica toda la vida, espiritualiza todo lo que hay en ella de carnal, transfigura y transforma el valor del contacto físico, conduce a los esposos a través de la unión material a la Unidad espiritual, hace del gesto sexual –hasta en su resultado último - un medio de Gracia divina. […]” (p. 159)
“Tengamos presente que, si el matrimonio llega a ser una sola carne –según el vocabulario bíblico: una sola vida, un solo ser animado- el estupro no consigue otra cosa, según san Pablo, que  constituir un solo cuerpo; y, si este matiz es intencional […] quizás podría verse aquí en el matrimonio el «signo» o «sacramento» de la reconciliación del hombre consigo mismo y con el Ser; y en la fornicación, el «símbolo eficaz» de la unidad con el no-ser, el caos, lo indeterminado, […] A través del matrimonio, el hombre tiende a la actuación y la actualización cada vez más fecundas de la naturaleza humana; por el estupro, la desactúa, la desactualiza, y traiciona el orden por la confusión. Es como un sacramento del Caos, un «misterio» del Dragón, el cual se puede discernir en los cultos orgiásticos, celebrados desde las edades más antiguas […] como en las ineptas «misas negras» de los luciferinos occidentales, y cuyo rito «consumador» consiste en la mezcla sexual (frecuentemente incluso contra-natura)…
Todo el simbolismo bíblico del adulterio y de la prostitución […] revela constantemente una grotesca y patética parodia de la Sabiduría. […]”. (p. 160)
“[…] Tal es el sentido del capítulo V de la Epístola a los Efesios: el Apóstol presenta allí el matrimonio como el rito mistérico a través del cual los cónyuges hacen presente, manifiesto, en un encuadre espacio temporal, hic et nunc, la unión de Cristo y de la Iglesia. El matrimonio es a esta unión, por así decirlo, lo que la Misa al sacrificio del Calvario.  En tal perspectiva, el adulterio y el divorcio poseen todo lo que hace al sacrilegio y la profanación. […]”. (p. 174)
 “[…] el matrimonio no simboliza solamente la unión [de Cristo con la Iglesia] sino que la manifiesta, como la Misa hecha aquí abajo para la Liturgia celeste de Cristo ofreciendo su sangre al Padre «por el Espíritu eterno». […]”. (p. 177)
“[…] la unión conyugal, tal como la entiende el nuevo Testamento, lejos de ser adventicia y convencional, es esencial al hombre […] después de esta apoteosis paulina del matrimonio, se comprenden mejor los acentos triunfales del Apocalipsis: «Demos gloria a Dios, pues las bodas del Cordero han llegado y su Esposa se ha preparado» […]”. (p.178)