"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

viernes, 15 de febrero de 2013

ALGUNAS RAZONES PARA ESTAR PREOCUPADO


Colaboración de SERGIO RAÚL CASTAÑO


A propósito del tema que nos agita hoy como católicos, y de algunas repercusiones de un ponderado y agudo  texto de Roberto de Mattei sobre el tema (ver traducción), esbozo aquí a vuelapluma mi propia opinión (provisoria opinión, no pontifico).
: que los tradicionalistas no estén contentos (desilusionados, asustados, etc.) no implica papismo pionónico: prefieren (prefiero) un Benedicto con las manos bastante atadas a un Bertone o Scola o, o... con las manos desatadas; y que no vengan con "¡hijos, tened fe, que Dios proveerá!", porque eso también se podría aplicar a la elección de Montini, o la prohibición de la Misa en 1974, e via dicendo.
Corolarios:
- es decir, algún tradicionalista puede deplorar la abdicación por ser "papista" (me explico: a la manera del centralismo centrípeto de los últimos siglos, con su hipervaloración del Magisterio, en el espíritu de una potestas ockhamista que se desentiende de todo lo dado y que se erige en única medida de valor y rectitud); pero la actitud de pesar ante la abdicación no presupone de suyo papolatría;
- ¿y los llamados "neocons"? Ellos, si son consecuentes, no pueden estar disgustados: no juzgan porque no piensan; sólo acatan el ukase del poder vigente (que es justamente, aquí, el del mismo que abdica); eso, claro está, si no pertenecen a los varios poderosos movimientos y grupos que no han sido favorecidos por Benedicto, porque en ese caso es probable que estén, por lo menos secretamente, muy satisfechos;
2º: encuentro necesario distinguir entre la conveniencia particular (extraordinaria) de este acto de abdicación al trono pontificio y la erección de una suerte de principio que constituyera a la abdicación pontificia en un recurso no sólo lícito (de jure lo es) sino habitual y a la mano; luego:
2a) no cuento, no contamos, con razones para sostener que Benedicto se haya extralimitado -por haber ejecutado un acto lícito pero ajeno a la tradición de la Iglesia-. Tal vez no tiene fuerzas humanas para resistir el aislamiento y, peor, el acoso de las jaurías del enemigo (de afuera, y ante todo de adentro). Ahora bien, si esto es así, tampoco es para tomarlo con ligereza. Si un pontífice  (el mejor de las últimas décadas, entrañable para mí por ser un rarísimo caso de ilustre académico en el trono papal), ya no puede llegar a viejo o enfermarse sin abandonar el cargo, porque está solo y amenazado, esto es un terrorífico signo de los tiempos.
Como sea, a lo mejor esta abdicación es lo más conveniente para el bien de la Iglesia. Benedicto sabrá;
2b) por el contrario, no alcanzo a entender que se propugne la generalización de la abdicación como un signo benéfico de cambio de época, de dejar atrás la apoteosis pontificialista (trasuntada sí, p. ej. en la candidatura automática de los papas para ser beatificados, lo cual constituye una muestra de la contemporánea autoglorificación de la jerarquía). Creo que la propiedad vitalicia del cargo pontificio no puede achacarse a su sacralización in malam partem, sino a la dignidad del ministerio petrino, al valor de la senectud sabia y de su auctoritas directiva, a la naturaleza del modo de régimen más perfecto (la monarquía -que no por casualidad contingente fue el adoptado por la Iglesia-); todo lo cual ha sido aceptado y hecho suyo por la tradición de la Iglesia, cuyos obispos, hasta la ola moderna de P. VI y JP. II, eran vitalicios. Por eso esto de la renuncia, ya erigido en recurso ad libitum y frecuente -y peor: "por razones de edad y flaqueza de fuerzas", o similares- más me parece propio de un C.E.O. empresario que de un papa. Se trata, así tomado, de una praxis ajena a la tradición de la Iglesia que, en 2.000 años y más de 260 Papas, ocurrió sólo una vez (porque el caso del cisma en el s. XIV no cuenta). En realidad, es como si no hubiera ocurrido nunca. Luego, el ejercicio vitalicio efectivo no está ligado necesariamente al centralismo moderno, ni a la Iglesia constantiniana, ni a usos culturales típicos, ni menos a gangas epocales cuestionables. Y opino que la significación de la abdicación pontificia (no en este particular caso de hoy, sino como práctica o instituto habitual) tiene, en principio, un cariz negativo.
Aunque todo lo dicho, desde ya, no obsta a que tal vez estemos en los últimos tiempos, y empecemos a ver cosas ultimísimas.