"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

martes, 7 de junio de 2011

LA OBEDIENCIA CIEGA



El 27 de mayo el blog Castellaniana publicó un fragmento de L. Castellani sobre la obediencia: "Digresión sobre la obediencia" (http://castellaniana.blogspot.com/2011/05/disgresion-sobre-la-obediencia.html; 27-05-2011) que nos dejó pensando y estudiando tan controvertido tema.

Con ese fin exponemos los siguientes fragmentos de M. M. ESPINOSA POLIT, S.I.; La obediencia perfecta; Ed. Jus México 1961

"...hasta qué punto es esto posible, puesto que, no siendo el entendimiento potencia libre sino necesaria, se adhiere con fuerza ineludible a su objeto que es la verdad...Esto nos lleva a tratar del grado de posibilidad de la obediencia de entendimiento... porque aunque éste [el entendimiento] no tenga la libertad que tiene la voluntad, y naturalmente da su asenso a lo que se le presenta como verdadero, todavía, en muchas cosas en que no le fuerza la evidencia de la verdad conocida puede con la voluntad inclinarse más a una parte que a otra: y en las tales todo obediente debe inclinarse a sentir lo que su Superior siente…”. [Carta de la Obediencia nºs 9 a 14; el autor no ubica exactamente el fragmento de la Carta] ( p. 127.)


“…Suponemos asimismo que el inferior ha hecho todo cuanto ha estado de su parte para llegar a ver y juzgar las cosas como las ve y juzga el superior,…[y no ha podido descubrir que una orden inútil se transformó en útil] el perfecto obediente, en esta hipótesis, no puede ir más allá de la obediencia de voluntad…”. (pp. 127-128)

“…Puesto que las más de las veces está en manos del libre albedrío hacer que el entendimiento tenga o no por bueno lo mandado, el súbdito, si quiere obedecer con perfección, debe aprovechar esta prerrogativa de la voluntad para inclinar la balanza del lado del Superior, …”. (p. 132)


¿Es posible hablar de obediencia de entendimiento?  


Todo este texto se ancla en el ‘espacio de libertad’ que deja la evidencia racional. Espacio que se ampliará y extenderá mientras mayor sea la negación del propio juicio; amplitud que crecerá a medida que se suspende el juicio propio hasta no recibir instrucciones. Y esto es así porque, fuera de la evidencia sensorial de la experiencia inmediata (que finalmente no deja de ser teórica) y fuera de los principios, todo otro juicio práctico es hasta cierto punto contingente. Es verdad que no se debe obedecer nada que vaya explícitamente contra la ley moral. Ahora bien, ¿cuántas de las acciones que se nos propone realizar van manifiestamente contra la ley moral? En la mayor parte de los casos es necesario deliberar y juzgar para descubrirlo.

En realidad, sucede que se introduce la libertad en el entendimiento y se ‘festeja’ esta posibilidad porque de antemano se valoró mejor la libertad indiferente. Así se ve cómo voluntarismo y obediencialismo se reclaman.

El proceso voluntarista –obediencialista comenzó, como bien enseña Pinckaers, con Duns Scoto y Guillermo de Ockham. La libertad se define como: “el poder que tengo de producir indiferentemente y de modo contingente efectos diferentes” (Ockham; Quodl. 1, q. 16) La libertad “es esencialmente el poder de elegir entre cosas contrarias, independientemente de toda otra causa distinta de la libertad o de la propia voluntad.” (Pinckaers, S.; Las fuentes de la moral cristiana; p.316)

La voluntad se caracteriza por una indiferencia original ante cualquier bien, o, simplemente, ante el bien. Y, vuelta la libertad un mero poder, será también indiferente ante cualquier otro poder que no le sea superior, léase, que no sea más fuerte. La libertad se considera la facultad esencial del hombre y el atributo fundamental de Dios. La libertad es indeterminación total.

La palabra “indiferencia” es muy ilustrativa: la libertad y la voluntad no tienen nada que ver con el bien.

Para el voluntarismo, Dios es Omnipotente, Todopoderoso, Libertad absoluta. De esto se sigue para Ockham, que Dios dicta una ley que, por lo menos hipotéticamente, luego podría cambiar. La vigencia de los Mandamientos, desde el primero al último, es absolutamente contingente. Dios puede ordenar el odio respecto de El, el homicidio del inocente, el robo del legítimo propietario, el adulterio, etc. Ninguno de estos actos es malo en sí mismo. Pero tampoco hay actos buenos en sí mismos: amar a Dios o al prójimo, dar limosna, hacer justicia, etc. Los Mandamientos tienen vigencia, como dijimos, mientras y sólo porque Dios los ha revelado y mandado. No hay nada en la realidad, en la naturaleza de las cosas o del hombre que pida esa ley. No hay ley natural ni orden natural porque no hay naturaleza. (Inclusive si se sigue hablando de ley natural).

Para Santo Tomás Dios es perfectamente libre, pero su libertad y su sabiduría se identifican: una vez que Dios decidió crear al hombre, tenía que hacerlo un ser racional. Una vez que decidió hacer seres vivientes, tenía que ser buena la vida. Una vez que decidió crear seres sexuados, tenía que ser buena la unión sexual para ellos (como en los animales y el hombre) Y como para Tomás, el hombre es fundamentalmente racional, todas las inclinaciones a bienes de la naturaleza están contenidas virtualmente en la inclinación racional, una vez que Dios decidió crear al hombre, tenía que ser buena la amistad matrimonial, la unidad social, el respeto a la vida inocente, la búsqueda de la verdad, etc.

El Aquinate admite que Dios, y sólo Dios, puede preceptuar una excepción en particular a un mandamiento. No se trata de que cambie los mandamientos in genere, sino de ciertas aparentes excepciones en casos muy particulares que aparecen en la Escritura divina: el caso de Abraham, apoderarse de bienes de los egipcios, Oseas y la adúltera. (S. Th. II-II q 104, a 4, ra 2). Es decir, no se trata de que Dios cambie los mandamientos, ni tampoco la naturaleza humana y sus fines, sino que ordena una excepción particular que, a pesar de todo, lleva al bien; y esto es así porque Dios es el autor de la naturaleza y es Él mismo el Bien –Fin de esa naturaleza. Es interesante tomar en cuenta que son situaciones en las que es Dios mismo el que ordena un acto que en concreto se encuadra en una virtud. Por otra parte, no hay un permiso para otras autoridades de modificar los mandamientos.

Nuevamente según el voluntarismo, la libertad humana es un poder indiferente e indeterminado sólo limitado por un poder superior. No hay ningún bien que atraiga a la voluntad humana, ninguna preferencia que la determine según la naturaleza del hombre. Se rechazan las inclinaciones naturales y la felicidad del ámbito espiritual, como bienes que naturalmente atraigan al hombre. En todo caso las inclinaciones estarán en un ámbito sensible o instintivo fuera del campo moral

En este tipo de ética siempre se mantendrá una tensión, un enfrentamiento entre la libertad y la ley, que se acepta porque Dios es más poderoso, o en el caso de la ley civil, porque el soberano es más poderoso, y no por el bien común.

El obediencialismo resulta una vuelta de tuerca del voluntarismo porque pretende limar toda tensión entre la ley y la libertad. Esta eliminación se consigue introduciendo la libertad indiferente en el entendimiento, como acabamos de señalar, y elevando la obediencia a virtud principal. Por supuesto que no será negada la principalidad de la caridad, pero en concreto aparecerá desdibujada por la obediencia. En Santo Tomás es la caridad la que atrae hacia sí la obediencia como amor concreto a la voluntad del amado. En el obediencialismo es la obediencia, la que arrastra la caridad reduciéndola a cumplir lo preceptuado.

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Si despejamos un poco más el camino señalando que la obediencia puede ser entendida como virtud y como voto religioso que recoge un consejo evangélico, podremos valorar mejor el problema que presenta el texto ofrecido.

La obediencia es una virtud parte de la justicia (se puede confrontar S. Castaño; “La obediencia” y “Algunas consideraciones ontológicas sobre mando y obediencia”; en http://secundumnaturamsecundumrationem.blogspot.com/; 3-06-2011). Como virtud, la obediencia perfecciona la voluntad, no la razón; la cual respecto de los actos a los que se extiende la obediencia, es dispuesta por otra virtud: la prudencia política. No es un mero ahorro de palabras cambiar ‘prudencia política’ (en sentido lato como extensiva a los miembros de cualquier grupo social) por ‘obediencia de entendimiento’.

Por otra parte, el motivo de la obediencia es la amistad o la caridad, entendidas como el amor a la voluntad del amigo o a Dios. (S. Th. II-II q 104, a 3). Los amigos quieren y rechazan las mismas cosas (idem velle et nolle). De manera que es, o la amistad social o familiar, o la caridad, el motivo de la obediencia y la disposición que la perfecciona. Esto supone que entre el superior y súbdito hay amistad (entendida como la entienden Tomás y Aristóteles: como disposición o virtud afectiva de la voluntad). Algo casi impensable en este tiempo.

Santo Tomás sostiene que, entre las virtudes morales, la obediencia es la más noble por ser la que más bienes desprecia para unirse a Dios. Se entiende siempre la obediencia a los legítimos superiores. Además, se distingue la obediencia de la reverencia, ya que la primera es a los preceptos o normas, mientras que la segunda se dirige a la persona del superior. (S. Th. II-II q 104, a 3, ra 1) Por su parte, la obediencia como voto es un holocausto parte del estado de vida religioso. (S. Th. II-II q 186, a 7).

La obediencia religiosa se subordina en definitiva a la contemplación, ya que libera de estar juzgando en el ámbito de la praxis; libera, en definitiva de la vida práctica; así como la castidad perfecta libera de las preocupaciones de la carne y la pobreza, de la administración de bienes materiales. (S. Th. II-II q 186, a 7) Si, además estos votos no fuesen holocausto, perderían su sentido en relación a la caridad. De manera que la obediencia perfecta tiene su lugar realmente en la vida del que ha salido del mundo. Muy otra cosa parece posible y necesaria para el que vive en el mundo.

Por otra parte, el Aquinate no parece preocupado por extender una posible ‘libertad’ del entendimiento, ni se complace en alguna indiferencia de la voluntad, sino que muestra que la obediencia libera al hombre de preocupaciones y cargas. El religioso contemplativo se libera de toda preocupación práctica y el que permanece en el mundo, cuando obedece a sus superiores legítimos y cumple preceptos, se libera de las innecesarias y coopera con el orden familiar o social. Pero siempre en el horizonte de ambas obediencias está el amor de un bien común perfectivo –tanto del que obedece como del que manda-, que motiva la obediencia, y calentándolo todo, la amistad natural o sobrenatural.

En cualquier caso, el que vive en el mundo no puede prescindir de toda preocupación práctica, sino solamente de aquellas que toca imperar a la autoridad; y, aunque esté sujeto a autoridades legítimas en el orden familiar, social y político, no le es lícito tampoco abandonar su propio juicio en todo y completamente.

Esta concepción de la obediencia no tiene necesidad de introducir la libertad en la razón ni tampoco de entender a la libertad misma como una indiferencia ante los bienes. No busca tampoco hacer depender la obediencia de la contingencia de los juicios prácticos, sino, por un lado, de la necesidad de dirección al bien común, y por otro, de la donación a Dios de la voluntad, en tanto ella ama los bienes superiores.

De todas maneras, ni siquiera la obediencia perfecta del religioso se extiende a todos los actos voluntarios, sino solamente a aquellos que están comprendidos en el amor a Dios y al prójimo. (S. Th. II-II q 186, a 5, ra 4)

Finalmente, resultaría importante estudiar en qué medida el traspaso de una concepción monástica de la obediencia –ya transida de voluntarismo en la Carta de la Obediencia y en otros textos de teología moral-, a la vida del laico en relación a sus pastores, y a las relaciones entre superiores y súbditos dentro de los nuevos grupos eclesiales (sucesores postmodernos de las órdenes activas), ha servido tanto para clericalizar al laicado como, paradójicamente, para secularizar los claustros.


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