"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

miércoles, 2 de marzo de 2011

ACCENDE LUMEN SENSIBUS, INFUNDE AMOREM CORDIBUS

Continuando con la recreación de diversos temas komarianos, dedicamos este post a las pasiones y su relación con la razón.

Las pasiones son movimientos de los apetitos sensibles que siguen a un conocimiento y están acompañados de una inmutación corporal.

Apetito concupiscible

Amor/gusto/complacencia (del bien sensible absolutamente considerado) - odio (respecto del mal absolutamente considerado)

Deseo/concupiscencia (del bien ausente) - aversión (del mal ausente)

Gozo/placer (del bien presente) - tristeza/dolor (del mal presente)

Apetito irascible

Esperanza (de alcanzar bien arduo) - desesperación (de no alcanzarlo)

Coraje (de vencer mal difícil de superar) - temor (de no lograrlo)

Ira (de mal presente en cuanto a su dificultad de superar)


1) Dependencia de lo orgánico- corpóreo

a) Hay pasiones cuyo origen está en lo corpóreo y que suponen un conocimiento por parte de los sentidos de lo que produce placer o dolor. En esto el sentido principal es el tacto, aunque es probable que los sentidos “modernos” como la interocepción o la propiocepción tengan su papel también.

En estos casos se da cierta inmediatez entre la pasión y la percepción de lo placentero o doloroso a nivel corporal. Sin embargo, no por eso está ausente la conciencia de placer o dolor. De lo contrario, la pasión, que es afectividad sensible, no se daría como tal.

Sin conciencia no hay pasión sensible.

b) Hay otras pasiones que dependen de la imaginación, la memoria y la cogitativa, o sea que ‘empiezan’ inmediatamente y directamente en el conocimiento pero que refluyen sobre el cuerpo provocando reacciones orgánicas o físicas. Ante la imagen de algo peligroso, acompañada de la valoración del peligro, podemos experimentar escalofríos. Ante la imagen de una comida sabrosa, que recordamos haber valorado como tal, aumenta la salivación.

Esto supone el papel de la experiencia y la memoria, pero también el de la imaginación ‘creativa’ presentando posibles bienes placenteros todavía no experimentados. Esto sucede en la pasionalidad humana por participación racional. Por el contrario, el animal carece de una imaginación creadora, abierta a lo posible.

Hay que tener en cuenta que no toda imagen mueve la afectividad, aunque su contenido haga referencia a bienes o males. Para ello debe ser acompañada la imagen de alguna valoración de bien o mal respecto al sujeto. Por ejemplo, la imagen de un peligro que no lo es para nosotros. Este tipo de imagen se comporta como una pintura que no mueve la afectividad –por lo menos en el sentido de lo representado. Por ejemplo, cuando contemplamos o imaginamos un incendio en otras tierras y no tememos ser quemados; aunque quizás esto nos mueva a la compasión por otros seres humanos. Es decir, que se de una respuesta afectiva pero no respecto del contenido de la imagen, sino que supone otra valoración añadida: la del prójimo sufriendo.

La pasión supone un conocimiento valorativo de su objeto, que es el bien sensible, en relación con el sujeto.

2) Dependencia del objeto: bien sensible conocido

Aunque muchas pasiones se remontan a necesidades naturales específicas o individuales, siempre suponen el conocimiento del bien al que se abren o del mal del que huyen.

Sin conocimiento solamente hay apetito natural o inclinación o tendencia natural. Pero no habría tendencia elícita (operación de una potencia), es decir, propiamente sensible en este caso.

El objeto del apetito concupiscible es el bien sensible, es decir, el bien deleitable conocido.

El objeto del apetito irascible es el bien sensible valorado como arduo.

3) ¿Son cambiantes las pasiones?


Es frecuente considerar que lo espiritual voluntario no cambia, es estable, casi eterno, mientras que lo pasional es mudable, caótico, o inclusive, peligroso. Relacionamos lo pasional con “el mundo del devenir”. Encontramos expresiones como “caos de pasiones”, “nuestras cambiantes pasiones”, “hervidero de pasiones”, “obedece sus pasiones”, etc. Estas afirmaciones encierran una parte de verdad.

Por ejemplo, Aristóteles dice que “…los jóvenes viven por la pasión, y van sobre todo tras lo placentero para ellos y lo presente; pero mudándose la edad, otros deleites sobrevienen. Por lo cual tan pronto se hacen amigos como dejan de serlo, pues su amistad cambia simultáneamente con el placer, y la mudanza de este placer es rápida. Los jóvenes son, además, amorosos, porque la amistad amorosa está por lo común inspirada en la pasión y fundada en el placer. Por esto aman los jóvenes tan pronto como dejan de hacerlo, y a menudo cambian de sentimientos en el mismo día…” (Et. Nic. L. VIII, cap. 3)

Es de experiencia que los sentimientos están asociados a los cambios físicos, anímicos, horarios, etarios, climáticos, vinculares, etc.

Sin embargo, el problema moral no está siempre ni únicamente en que las pasiones sean cambiantes, sino que se muestra muchas veces en la dificultad para ordenarlas o cambiarlas. ¿Cómo amar a un enemigo respecto del cual sólo sentimos odio y ese odio permanece porque el enemigo sigue siendo enemigo y se comporta como tal (por ejemplo, nos hace mal, nos injuria, y permanece en su malevolencia respecto de nosotros)? Algunos lo resuelven con la aparente facilidad de adjudicar dicho amor a la voluntad, mientras el odio reprimido quedaría para el sentimiento. Pero esto nos deja en la dualidad. Y en concreto seguiríamos odiando. O, ¿cómo amar lo que racionalmente sabemos sería bueno para nosotros?; o, cómo perder el gusto por lo que no lo es? Porque a la virtud perfecta sigue el deleite, mientras que la dualidad –contraria a la naturaleza (natura semper tendit ad unum)- es lacerante, siempre que no se trate de un juego (como en las representaciones teatrales o en los juegos infantiles, en los que el desdoblamiento no hace sufrir porque se mantiene la conciencia de la propia identidad).

[Aquí se abriría un excurso sobre la importancia de la continencia en el camino a la virtud. En el continente hay dualidad, pero está acompañada de la esperanza de superación virtuosa, de la que carece el sujeto que se abandona a la dualidad. Abandonarse a la pasión viciosa es abandonarse a la dualidad, ya que la naturaleza tiende a la perfección. Y esta perfección es anhelada por el hombre]

Antes de continuar debemos hacer algunas precisiones:

a) lo mudable tiene que ver, en general, con el ser temporal y viador del ser humano.

b) Lo mudable también está ligado a lo material y corpóreo que incluye dos elementos: la tendencia a perfeccionarse o desarrollarse que le viene de la forma, (causa estructurante e intrínsecamente ordenadora); y la condición de corrompible o divisible propia de la materia (partes extra partes). Es importante subrayar que esta condición no es una tendencia ni una inclinación, ya que las inclinaciones siguen a la forma.

c) Pero lo mudable o cambiante se da también en lo espiritual, porque estamos in via enteramente, presupuesta la composición hilemórfica (unidad sustancial de cuerpo y alma).

Entonces, el cambio tiene en principio un fin perfectivo, que es el desarrollo de la naturaleza propia, la plenitud de la forma.

Por otro lado, también en las pasiones encontramos una tendencia a lo intemporal. En el animal se da una herencia de preferencias por bienes naturales y aversiones naturales o aprendidas, pero perdurables. En el hombre también se dan gustos (amores o complacencias) que perduran a lo largo del tiempo, incluso en lo más aparentemente contingente, como los gustos culinarios, y aversiones cuasi permanentes. Por ejemplo, amar el chocolate, odiar la banana. La condición de la perdurabilidad de las pasiones sensibles está en la misma naturaleza de manera remota, y en la conservación de las mismas disposiciones corpóreas. Por ejemplo, cierta distribución y concentración de las papilas gustativas influye en el gusto, variable de persona a persona, pero relativamente invariable para el mismo sujeto. En el otro extremo pondríamos el agrado o el desagrado que nos inspira el prójimo (sin descartar la indiferencia). Agrado y desagrado que no dependen simplemente de lo que sabemos sobre el prójimo, es decir que es en muchos casos irracional y en el mejor de los casos prerracional. Es lo que vulgarmente aparece expresado en la frase: “es una cuestión de piel”. Sin embargo, estos gustos y disgustos también suelen perdurar, algunas veces ‘confirmados’ racionalmente y voluntariamente consentidos, y otras, por debajo de la propia racionalidad, de manera irreflexiva.

Entonces, es posible pasar en un día de la tristeza a la alegría y viceversa; es posible desear diversos bienes. También es posible perder el gusto (amor) por algún bien (producto de una enfermedad, p.ej.) Pero en general los gustos y aversiones suelen perdurar. Por otra parte, la ampliación de los gustos en el hombre se da por la cultura, o sea, por su racionalidad. El conocimiento sensible es relativamente limitado; de ahí que los animales viven en lo que Scheler llama ‘mundo circundante’. Por el contrario, el hombre tiene ‘mundo’, por su naturaleza racional o espiritual. El ser humano es omnívoro por causas distintas que el oso.

Además, Santo Tomás considera a veces al apetito concupiscible como ‘natural’ porque, por lo menos en principio, se deleita en aquellos bienes que son naturales al animal o al hombre. De ahí que, al igual que la naturaleza que tiende a la unidad, lo concupiscible no es una coctelera de diversidad.

Tomás distingue entre una concupiscencia ‘natural’ o referida a los bienes naturales conocidos, de los ‘no naturales’, conocidos por participación racional. La primera es ‘finita’, osea que se satisface al alcanzar su objeto, ya que éste es natural. Por ejemplo, si uno tiene hambre y come; si alguien tiene deseos de beber cierto vino y lo bebe. La segunda, por su parte, es infinita, ya que no tiene un límite en la naturaleza, sino que depende de la imaginación participando de la razón. Por ejemplo, los deseos de comer manjares ‘gourmet’, desear comer alimentos saludables no probados, los deseos de perfumes, de adquirir cosas, de riqueza, los deseos asociados al erotismo, etc. El no ser ‘natural’ de este tipo de concupiscencia no engloba un juicio moral necesariamente negativo, sino cuando su objeto es malo, o sea, perverso, o es desordenado por exceso o por defecto. Así como rechazamos los desórdenes del erotismo, aprobamos los deseos de alimentos saludables. Es más, hacemos todo lo posible porque nuestros hijos imaginen lo tentadoras y deliciosas que son las verduras, o cuánto más dulces son las frutas que los caramelos. Todo para convencerlos de que prueben algo nuevo. (Con bastante poco éxito, en general). La imaginación puede ser “la loca de la casa”, pero sin ella viviríamos como animalitos de Dios.

Por otro lado, la raíz de la ‘estabilidad’ espiritual voluntaria está en la voluntad libre, pero en ella también está la raíz del cambio. Con mayor razón que en la afectividad sensible. Por ejemplo, los animales que se detestan, se siguen detestando haga uno lo que haga. Por el contrario, es la razón la que muestra que un ser humano enemigo es un hijo de Dios también y de ahí podemos llegar a amarlo según esa consideración, o por lo menos aceptarlo, o tolerarlo. Hasta es posible moverse a la compasión por esa misma persona.

Y dicha raíz está en la libertad porque ésta, a su vez, es causada por la razón. En definitiva es la luz racional, en la medida en que presenta bienes a la voluntad, la que ordena y puede ‘estabilizar’ (porque consentimos) o ‘cambiar’ las pasiones (porque no consentimos).

Con respecto a este tema, Komar siempre recordaba la Sequentia al Espíritu Santo “accende lumen sensibus, infunde amorem cordibus…”. Si bien esta oración tiene su lugar propio en la liturgia, tiene también importancia antropológica y ética, porque la gracia supone la naturaleza. Sin la luz de la razón, por un lado, y sin la caridad, que es amor perfecto, por otro, las pasiones quedan sujetas a los cambios orgánicos, pero también a una estabilidad indeseada desde el punto de vista de la integridad moral, o sea, que se engendra un vicio moral afectivo. Es decir, se permanece odiando o envidiando, por ejemplo.

Las pasiones, si las tomamos en su aspecto meramente animal, no cambian más que por cambios orgánicos ligados al desarrollo, la enfermedad o el envejecimiento. Cambian asimismo en referencia a la multiplicidad de bienes o males sensibles que presentan los sentidos durante la jornada o la vida. Pero no necesariamente cambian respecto al mismo objeto sensible, o al mismo tipo de objeto. Y cuando el objeto es en realidad un mal, aunque se presente como bueno, las pasiones consentidas tienen una carga enfermiza; lo cual les viene del ser por naturaleza obedientes a la razón, siendo que la razón se resiste a gobernarlas.

[Aquí nuevamente se abriría otro excurso sobre el gobierno político de la razón a las pasiones, opuesto al despótico del iluminismo racionalista, represor, violento y extrincesista, que sólo pide la obediencia del instrumento a lo que no es instrumento. Sobre este tema puede leerse “Juliette o iluminismo y moral”; Orden y misterio; Buenos Aires, EMECE 1996; donde Komar reflexiona sobre Dialéctica del iluminismo de Horkheimer y Adorno.]

Los ‘hábitos’ afectivos: virtudes y vicios morales

Nosotros consentimos o aceptamos voluntariamente nuestros gustos y aversiones. De este modo surgen virtudes o vicios. La templanza y la fortaleza con todo su cortejo de virtudes anexas, ordenan y moderan la afectividad sensible.

Los hábitos afectivos ‘estabilizan’ las pasiones para bien –cuando se cultivan virtudes-, o para mal –cuando se constituyen vicios. Pero esto no es posible sin la luz de la razón que muestra el verdadero valor de lo que amamos (rectifica), que compara los bienes que amamos, etc. Por eso rezamos: accende lumen sensibus. Pero tampoco es posible sin el compromiso afectivo de la voluntad con lo que es en sí mismo bueno. Es decir, no es posible el orden afectivo sensible sin la constante voluntad de darle a cada uno lo suyo (justicia), ni tampoco sin verdadera amistad. Entonces, infunde amorem cordibus. Porque la perfección de la amistad es la caridad. Pero esto último requiere un desarrollo aparte.

1 comentario:

  1. HOla Bea: aprovechando tus dones de escritora, quiero invitarte a participar en alguno de los temas que propongo en esta entrada http://familiacatolica-org.blogspot.com/2011/04/propuesta-de-proyecto-para-mejorar.html
    Ojala te animes!!

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