"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

miércoles, 27 de julio de 2011

CONTEMPLACIÓN, AMOR Y BELLEZA

FINIS AMORIS UT DUO UNUM FIANT




"A pesar del poder de su genio, en su actitud religiosa Kierkegaard permanece frente a Dios y no en Dios. Le falta el milagro de las bodas de Caná. El hálito gozoso de la gracia nunca recorre las oscuras, las irónicas páginas de sus libros y de su vida. En una cristología docética, al margen de Pentecostés, la alteridad absoluta de Dios se proyecta en la alteridad de todo ser humano y hace imposible el amor pneumatóforo. La relación negativa, hecha de distanciamiento, desemboca en último término en la ausencia. Ahora bien, en el caso del sacramento del matrimonio, su misma materia es la alteridad amada: finis amoris ut duo unum fiant. El Otro divino se me hace más interior que mi alma y le sigue el ser amado. Dios viene a nuestro encuentro, haciendo de lo ético la ascesis de la creación, y de lo estético el advenimiento de la belleza.

La existencia de Dios se demuestra con la adoración... Éste es el argumento litúrgico e iconográfico. [...]

Desde el punto de vista del pensamiento profundo de Aristóteles, en la tragedia es donde encontramos la belleza y el poder de purificación, porque la belleza no es una realidad solamente estética sino también metafísica. El esteticismo puro, que no reconoce más que los valores estéticos, seguramente es el más alejado de la belleza; autónomo y por lo tanto sin defensa, se abre fácilmente a las desviaciones demoníacas. [...]

El mundo no existe sino porque es amado y su existencia es testimonio del Padre «que tanto ha amado al mundo» (Jn 3, 16). A la luz de esto, la contemplación, no estética sino religiosa, se revela enamorada de toda criatura; en el nivel de la «ternura ontológica», la contemplación se eleva por encima de la muerte, de la angustia y de las «preocupaciones», incluso por encima de los remordimientos, pues «Dios es más grande que nuestro corazón». [...]

El esplendor es inherente a la verdad; ahora bien, ésta no existe en abstracto. En el nivel de su plenitud, exige una personalización, ... y Cristo responde declarando: «Yo soy la Verdad». Dada la íntima unidad de estos dos aspectos de una sola realidad, la palabra del Señor significa también: «Yo soy la Belleza», de manera que toda belleza es uno de los símbolos de la Encarnación [...]

«Sed perfectos como vuestro Padre celeste es perfecto», también significa «sed bellos como vuestro Padre celeste es bello», pues la forma de la perfección divina es bella desde sus orígenes; es objeto de una contemplación silenciosa, «forma que informa a todo lo que es informe», según la feliz expresión del Pseudo-Dionisio.

Para los Padres, la Belleza divina es una categoría fundamental, bíblica y teológica; partiendo de ella, la belleza en el mundo es una realidad teologal, una cualidad trascendental del ser, análoga a lo verdadero y lo bueno. [...]

Dios quiere que su epifanía sea percibida por el hombre entero. Palamas subraya con gran intensidad la integridad del ser humano en el que «el cuerpo también tiene la experiencia de las cosas divinas». Junto al «kósmos noetós» (mundo inteligible) la Tradición sitúa al «kósmos aìsthetós» (mundo sensible), todo el terreno sensible de los sacramentos, de la liturgia, del ícono y de la experiencia vivida de Dios. Al final de la liturgia de san Juan Crisóstomo, con un admirable realismo litúrgico, los fieles confiesan «Hemos visto la Luz verdadera...». Según san Máximo, los poderes del alma alcanzan su plenitud mediante los sentidos. [...] El hombre es una totalidad al mismo tiempo espiritual y sensible en función de la Encarnación [...] Lo bello aparece como un destello de la profundidad misteriosa del ser, de esa interioridad que es testimonio de la relación íntima entre el cuerpo y el espíritu. La naturaleza «ordenada», «deificada», hace ver la Belleza de Dios a través del rostro humano de Cristo; [...] no es un éxtasis que hace abandonar este mundo, sino la anticipación de la transfiguración del ser humano en su totalidad."


Paul Evdokimov; El arte del ícono. Teología de la Belleza; trad. L. García Gámiz; Claretianas, Madrid 1991; pp. 28-32.

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