"...esto es lo que los dioses nos han transmitido como método de búsqueda, de descubrimiento y enseñanza; pero los sabios de hoy día hacen lo uno al azar, más rápido o más lento que lo necesario y, luego de lo uno ponen inmediatamente lo infinito; en cuanto a los mediadores, los ignoran,... (inversamente, de lo infinito) no hay que ir inmediatamente a lo uno...". Platon; Filebo; 16 e; 18 b

viernes, 24 de junio de 2011

AMOR, SENTIMIENTO Y ÉXTASIS

Sed contra est quod Dionysius dicit quod divinus amor extasim facit, et quod ipse Deus propter amorem est extasim passus.
Cum ergo quilibet amor sit quaedam similitudo participata divini amoris, ut ibidem dicitur, videtur quod quilibet amor causet extasim.
(S. Th. I-II q 28, a 3, sc)



Las emociones, sentimientos o pasiones podemos entenderlas como movimientos afectivos provocados por un bien sensible aprehendido. Los sentimientos o pasiones sensibles no son potencias, sino movimientos (operaciones) de las potencias afectivas sensibles y por eso no están en la voluntad en tanto sensibles, aunque la voluntad se extiende a ellos y haya por otra parte también afectividad volitiva.

El sentimiento o pasión –en primer lugar el amor- se dirige a un objeto que es un bien sensible conocido, y no se estanca en uno mismo porque, por un lado, y salvo que la voluntad no lo consienta, mueve a obrar. (En el animal la pasión mueve la potencia motriz también); por otro lado, porque el amor tiene por efecto el éxtasis, es decir, salir de sí hacia el objeto. Y dicho movimiento puede derivar también en algún ensimismamiento afectivo (que es un falso éxtasis).

Es decir que puede haber sentimientos enfermos que enajenan o ensimisman, lo cual, paradójicamente, viene a ser casi lo mismo, porque la naturaleza del sentimiento está en ser afectado por su objeto. Sería como un autismo en que el sujeto no sale de sí y se 'conforma' con su propio sentimiento. El ejemplo podría encontrarse en el ‘amare amabam’ de Agustín. Sin embargo, aun ese sentimiento tiene objeto: el placer en la propia operación, en el sentir mismo. En este caso el bien sensible no tiene correlato real, sino que es meramente imaginado (aunque exista en la realidad un bien que haya motivado en un principio la pasión). Aristóteles considera que hay placer en cualquier operación, pero como un plus del haber operado respecto de algún objeto.

Los sentimientos 'normales' no nos enajenan ni ensimisman. Aunque para ser normales necesitan de la luz de la razón y de la virtud de la voluntad que se extiende en los apetitos sensibles como virtud también. Y, por supuesto de la Gracia y el Espíritu.

Santo Tomás dice que lo amado está en el amante en cuanto, por cierta complacencia, está impreso en su afecto y mora en su mente, mientras que el amante está en el amado en cuanto sigue lo más íntimo del amado. Esta inhesión mutua no impide sino que reclama el éxtasis de parte del amante.

Por otra parte, el Angélico señala que hay éxtasis en todo amor, sensible o voluntario. Hay éxtasis en la amistad. Porque el éxtasis es un efecto del amor. Hay éxtasis (inducido por el amor indirectamente) en la potencia aprehensiva que sale de sí para meditar continuamente en el amado (o imaginarlo y recordarlo en la pasión sensible). Y hay éxtasis en la potencia apetitiva producido directamente por el amor. Además el éxtasis de la amistad es más simple que el del amor de concupiscencia, porque el primero es un salir de sí que no busca poseer lo amado. Y, por supuesto es más perfecto, como es más perfecto el amor de amistad que el de concupiscencia.

Hay que aclarar que el hombre es o puede ser, por su razón y voluntad, señor de sí mismo también respecto de las pasiones sensibles, lo cual no le impide, sino al contrario, 'salir de sí' hacia lo contemplado y amado espiritualmente, o incluso sensiblemente en una medida ordenada.

En una perspectiva tomasiana, el noli foras ire de Agustín no significa un no salir de sí que impediría encontrarse con la verdad o el amor, sino un recogerse, o sea, no perderse en afectos que abajan, desconcentran, divierten y confunden, para poder contemplar y amar en primer lugar a Dios, pero también a los amigos, y a los prójimos, para estudiar incluso sine ira.

Como fondo de todas estas consideraciones está el tema de que, tanto el conocimiento como el apetito, son intencionales, es decir tienen un objeto que principia real y es aprehendido, para ser apetecido como real. No es imposible que el hombre retuerza la dirección del conocimiento o del apetito hacia la propia operación, recortando lo real del horizonte del conocimiento o del apetito; pero esto es obrar contra la propia naturaleza y la de las potencias.

La mente post-nominalista -sea racionalista, sea sensista-, siendo incapaz de analogía, no puede aceptar grados de perfección del amor, ni por tanto de sus efectos. Según esta perspectiva, si el amor es sensible no puede haberlo voluntario, y si el éxtasis es místico, no puede darse fuera de ese ámbito. Por eso es que sequedad racionalista se lleva de la mano de bacanales entusiastas y enajenantes. Se reclaman como el desierto a la lluvia. Y precisamente por eso dice también Tomás que si el corazón no se ablanda o dilata no puede el amado entrar.

Finalmente, una aclaración importante: el Aquinate no sólo no desconocía la expresión ‘corazón’, sino que la usa como ‘traducción’ de ‘apetito intelectivo’ (voluntario), mientras que ‘carne’ es reservado a ‘apetito sensible’.

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