Colaboración de SERGIO RAÚL CASTAÑO
A propósito del tema que nos agita hoy como católicos, y de algunas
repercusiones de un ponderado y agudo texto de Roberto de Mattei sobre el tema (ver traducción), esbozo aquí a vuelapluma
mi propia opinión (provisoria opinión, no pontifico).
1º: que los
tradicionalistas no estén contentos (desilusionados, asustados, etc.) no
implica papismo pionónico: prefieren (prefiero) un Benedicto con las
manos bastante atadas a un Bertone o Scola o, o... con las manos desatadas; y
que no vengan con "¡hijos, tened fe, que Dios proveerá!", porque eso
también se podría aplicar a la elección de Montini, o la prohibición de la Misa
en 1974, e via dicendo.
Corolarios:
- es decir, algún tradicionalista puede deplorar la abdicación por ser
"papista" (me explico: a la manera del centralismo centrípeto de los
últimos siglos, con su hipervaloración del Magisterio, en el espíritu de una potestas
ockhamista que se desentiende de todo lo dado y que se erige en única medida de
valor y rectitud); pero la actitud de pesar ante la abdicación no presupone de
suyo papolatría;
- ¿y los llamados "neocons"? Ellos, si son
consecuentes, no pueden estar disgustados: no juzgan porque no piensan; sólo
acatan el ukase del poder vigente (que es justamente, aquí, el del mismo
que abdica); eso, claro está, si no pertenecen a los varios poderosos movimientos y
grupos que no han sido favorecidos por Benedicto, porque en ese caso es
probable que estén, por lo menos secretamente, muy satisfechos;
2º: encuentro
necesario distinguir entre la conveniencia particular (extraordinaria) de este
acto de abdicación al trono pontificio y la erección de una suerte de principio
que constituyera a la abdicación pontificia en un recurso no sólo lícito (de
jure lo es) sino habitual y a la mano; luego:
2a) no cuento, no contamos, con razones para sostener que Benedicto se haya
extralimitado -por haber ejecutado un acto lícito pero ajeno a la tradición de
la Iglesia-. Tal vez no tiene fuerzas humanas para resistir el aislamiento y,
peor, el acoso de las jaurías del enemigo (de afuera, y ante todo de adentro).
Ahora bien, si esto es así, tampoco es para tomarlo con ligereza. Si un
pontífice (el mejor de las últimas décadas, entrañable para mí por ser un rarísimo caso de ilustre académico en el trono papal), ya no puede llegar a viejo o
enfermarse sin abandonar el cargo, porque está solo y amenazado, esto es un
terrorífico signo de los tiempos.
Como sea, a lo mejor esta abdicación es lo más conveniente para el bien
de la Iglesia. Benedicto sabrá;
2b) por el contrario, no alcanzo a entender que se propugne la
generalización de la abdicación como un signo benéfico de cambio de época, de
dejar atrás la apoteosis pontificialista (trasuntada sí, p. ej. en la
candidatura automática de los papas para ser beatificados, lo cual constituye
una muestra de la contemporánea autoglorificación de la jerarquía). Creo que la
propiedad vitalicia del cargo pontificio no puede achacarse a su sacralización in
malam partem, sino a la dignidad del ministerio petrino, al valor de
la senectud sabia y de su auctoritas directiva, a la naturaleza del modo
de régimen más perfecto (la monarquía -que no por casualidad contingente fue el
adoptado por la Iglesia-); todo lo cual ha sido aceptado y hecho suyo por la
tradición de la Iglesia, cuyos obispos, hasta la ola moderna de P. VI y JP. II,
eran vitalicios. Por eso esto de la renuncia, ya erigido en recurso ad
libitum y frecuente -y peor: "por razones de edad y flaqueza de
fuerzas", o similares- más me parece propio de un C.E.O. empresario que de
un papa. Se trata, así tomado, de una praxis ajena a la tradición de la Iglesia
que, en 2.000 años y más de 260 Papas, ocurrió sólo una vez (porque el caso del
cisma en el s. XIV no cuenta). En realidad, es como si no hubiera ocurrido
nunca. Luego, el ejercicio vitalicio efectivo no está ligado necesariamente al
centralismo moderno, ni a la Iglesia constantiniana, ni a usos culturales
típicos, ni menos a gangas epocales cuestionables. Y opino que la significación
de la abdicación pontificia (no en este particular caso de hoy, sino como
práctica o instituto habitual) tiene, en principio, un cariz negativo.
Aunque todo lo dicho, desde ya, no obsta a que tal vez estemos en los
últimos tiempos, y empecemos a ver cosas ultimísimas.