Desde hace un tiempo un pensamiento me venía molestando.
Por supuesto que en medio de la tremenda crisis de la Iglesia que atravesamos
hay mucho para preocuparse.
Pero no. La molestia no es porque se nos quiera hacer creer
que ahora la Iglesia desprecia todo aquello que amó y se ríe de todo por lo que
luchó. Tampoco porque, según los nuevos profetas, los santos o pecadores que se
jugaron por defender a los inocentes, por educar a la juventud, por la santidad
de la familia, por la conversión de otros pecadores, por poner ante todo el
amor y el honor de Dios, son ahora unos ridículos, pasados de moda. (Y eso que
la moda cambia tan presto que los últimos dos Papas han pasado a pertenecer a
la prehistoria)
No, no era eso. De pronto ayer me di cuenta de que la molestia
venía de aquellas palabras…
¿Sería por “misericordiar”? Y no, no me molestan los
“neologismos”. Las que me fastidiaban eran aquellas viejas palabras, por ejemplo:
“pelagiano” o “casuística”. ¿Por qué usar palabras “viejas” del vocabulario
teológico desconocido del vulgo en contextos pastorales que pretenden “estar en
onda” con lo nuevo? ¿Cómo se compagina “misericordiar” con “pelagiano”?
Se podrían ensayar varias respuestas no necesariamente
excluyentes:
-se usan para denigrar al adversario recurriendo a términos
que él mismo desprecia;…
-se usan para impresionar como teólogos al vulgo;…
-para sembrar confusión…
Sí. Sin desechar las dos primeras, la tercera respuesta me
resulta más convincente.
¿Razones? La principal es el uso incorrecto de dichas
palabritas.
Porque, ¿qué quiere decir “pelagiano”? Pelagio fue un hereje
de los primeros siglos quien negó la necesidad de la gracia para la salvación,
el daño del pecado original y de alguna manera, puso en tela de juicio el
entero orden sobrenatural. Existieron luego posturas parciales conocidas como
semipelagianismo. En la actualidad, si queremos encontrar cristianos con ideas
semejantes, tendríamos que pensar en muchos progresistas, siempre sonrientes y
creyendo que todo está bien y que vamos cada vez mejor; identificando el pecado
con el error y a Cristo con un Flaco que te guiña el ojo y te perdona “de onda”.
O con los que identifican el “mensaje” cristiano con la asistencia social.
Entonces, ¿qué tiene que ver el pelagianismo negador de la
necesidad de la gracia divina para la propia salvación con rezar por el prójimo,
ofreciendo Rosarios u otras devociones por la salud, conversión o necesidades
del prójimo? Porque el mote “pelagianos” cayó sobre los que ofrecieron Rosarios
por el Papa. ¿Desde cuándo se es pelagiano orando por otros?
En cuanto a la “casuística”, es una corriente de la teología
moral, principalmente jesuítica, que se interesó en analizar los casos o
circunstancias particulares y no meramente la ley moral universal. Sin embargo,
nos encontramos con que se aplicó esta palabreja a la actitud de los fariseos
interrogando al Señor: “Se acercaron algunos fariseos y, para ponerlo a prueba,
le plantearon esta cuestión: "¿Es lícito al hombre divorciarse de su mujer?". (Mc 10,1-12).
Los fariseos no hacen casuística. Plantean un precepto
general y se mantienen en ese nivel. En todo caso son legalistas, y
perfectamente desinteresados de las
excepciones y casos particulares, de los fundamentos y los fines de la ley.
Entonces, ¿por qué mencionar la casuística a propósito de ellos? Ellos no ponen
pequeños ejemplos… van a la pura ley.
En cambio Cristo va al fundamento y fin de la ley que es Dios. ¿Para qué,
entonces, enlazar casuística con fariseísmo?...
A los únicos que uno ve analizando situaciones particulares o de hecho, por más numerosas que sean, es a los que quieren modificar la disciplina respecto de los sacramentos, no a
los que quieren conservarla. Y eso ni siquiera es casuística.
Más; ¿cuál es la misteriosa ligazón entre hablar de “fracaso
del amor” al estilo mundano y de “casuística farisea”? ¿Qué quiere decir “acompañar” –término a la moda–, “sin
hacer casuística”–término teológico–?
Seguramente alguien podrá decir que no importan esas palabras
raras sino si “el fondo del mensaje” está bien. El tema es que no está bien. Y
las raras palabritas, tampoco. Porque, o son producto de la ignorancia del que
las usa –que no es poco–, o se usan equívocamente adrede –que es peor.
Aunque tediosa, la tarea de desmontar estas resignificaciones
puede ayudar. La verdad siempre ayuda.
Pero lo que queda en el aire es el tema –demasiado fácil–, de
los fariseos. Que las personas conservadoras o con gusto por lo tradicional
tienen la tentación del fariseísmo no es una novedad. Que no sea, precisamente,
un mal muy actual y extendido en medio del desparramo progresista no quita que
la tentación para ese tipo humano siempre exista.
Ahora bien, ¿no será que, dada la oposición evangélica entre
el fariseo y el publicano, algunos pretenden identificarse con “los publicanos
y las pecadoras” porque parecen más simpáticos y los “buenos de la película”? ¿Acaso
se creen “semejantes al publicano”? Porque el publicano de la parábola tenía
conciencia de pecado.
Yo no los vi en el fondo de los templos golpeándose el pecho
y pidiendo perdón sin preocuparse por la mirada despreciativa del fariseo. Más
bien, sonríen y cantan en el frente, entran y salen de los templos como si todo
lo que importase fuese “la buena onda”. Y si ven a alguien piadoso, lo miran
con la misma distancia superior que el fariseo usó con el publicano.
Tampoco los veo adornándose con sus mejores vestidos y
derramar perfumes para adorar a su Rey, como Santa María Magdalena. Dicen que no quieren gastar y que lo
darán a los pobres, como Judas (que llevaba la bolsa). Dicen que quieren una Iglesia pobre para los pobres, pero solamente
desvisten altares.
Menos todavía los vi bajarse del árbol y preparar un gran
banquete a su Señor al tiempo que se reparaban las injusticias con el prójimo,
como hizo Zaqueo. No, desprecian la liturgia y la quieren lo más chabacana
posible. Y al prójimo se le pueden aplicar toda clase de motes para que el
público mediático festeje.
Entonces…
Entonces, mi nombre es
Confusión.